La obra

La instalación de Iruña nos pega duro e incluso incómoda. Hemos temido vestirnos de algo que rechazamos y por lo que hemos llorado y gritado. Pero también sabemos que la exclusión, la pobreza, no admite matices. En las afueras de nuestro mundo, más allá de las fronteras del bienestar habitual de los que se sitúan en la indiferencia que provoca el centro, el mar mata y los cuerpos se apropian de las vidas y las retuercen hasta el fondo de los océanos… allá donde los gritos no resuenan y las voces callan.