Los Hermanos Capuchinos

Los Hermanos Capuchinos somos una Orden Religiosa que forma parte de la Familia Franciscana, concretamente una de las tres reformas surgidas de los frailes de San Francisco. Tenemos por fundador al propio San Francisco de Asís, y por espiritualidad la espiritualidad franciscana. 

La simplicidad, el espíritu misionero, la cercanía al pueblo (en muchos sitios nos conocen como los "frailes del pueblo") y la vivencia de la vida fraterna en nuestras casas y apostolado, son signos visibles de nuestro estilo de vida, mientras que el énfasis en la vida de penitencia y de oración de los primeros Capuchinos debe ser reavivada.

El carisma franciscano les pone en frente de una opción por la pobreza, de un deseo por acompañar y ser parte de las realidades de la periferia. Por ello en cada casa tienden a generar obra social que acompañe y promocione a las personas más necesitadas del entorno.

La intervención artística está compuesta por veinte obras instaladas en las fachadas exteriores de la Basílica de Jesús de Medinaceli y de SERCADE. En ellas el agua, el mar, cubre cuerpos sin vida u otros rescatando o siendo rescatados. La artista ha centrado su atención en un instante de máximo abandono y sufrimiento. El miedo como elemento descriptivo de la angustia de las afueras. El cuerpo como límite de los anhelos.

El equipo de SERCADE hemos querido reflexionar sobre esa imagen y reducirla a un instante que no define el global de las personas a las que acompañamos. Somos una entidad de personas acompañando a personas, de personas que viven y conviven y quieren verse proyectadas, soñarse en futuro… pensarse también en el mañana.

 

Página web

HERMANOS CAPUCHINOS

¿Cuáles son los cuerpos que importan?, ¿porqué y quién atribuye dignidad y derecho a unos cuerpos frente a otros?, ¿más allá de los evidentes… qué otros mares metafóricos cubren de incertidumbre y ahogan los gritos de las fronteras?

Desde una mirada más “trascendental” tendemos a rechazar el cuerpo como elemento de definición de nuestras personas… pero son al menos en lo físico nuestro anclaje en el mundo; nuestros cuerpos son los que arrastran lo que somos y su peso y límites son verdad en un contexto azul, ingrávido, revuelto, como es el mar.

Pero hay cuerpos que pasan ingrávidos por los mares que sí engullen a otros. Hay mares que lastiman y otros que son estampas vacacionales. Hay horizontes que se viven con mayor o menor cercanía en función de los sellos que se estampen en un pasaporte. Pareciera que el mundo ha diseñado cuerpos que sí importan y que merecen ser mecidos con delicadeza por los mares del sosiego y el hastío; y otros en cambio son arrastrados al oscuro fondo. ¿Quién define y porqué se define eso?, ¿Son las políticas las que construyen mares y fronteras a cuerpos indefensos o existen otros estamentos que también tejen inequidades?, ¿Son mercancía los cuerpos?, ¿A merced de qué voluntades y poderes?

¿Somos ellos?, ¿Existe apropiación?, ¿Incluso desde la solidaridad, es racismo el sentirse parte del vórtice que todo lo atrapa?, ¿Qué papel juega el color de piel?, ¿Es la piel o es la clase?, ¿Y en que medida todo lo matiza el género?

Ese mar se convierte en remolino, en vórtice, y todo lo engulle. Tendemos a pensar quienes nos dedicamos a la acogida y al acompañamiento a personas sin hogar, a migrantes o a otros colectivos… que nuestro trabajo lo hacemos entre otras cosas por justicia. Porque somos también nosotros, toda la humanidad, la que se le juega y está presente en esos mares de frontera, en las caravanas que cruzan continentes, en las calles y las infraviviendas de las periferias de nuestras ciudades. Pero, ¿es justo atribuirse incluso el sufrimiento de quien es periferia?, ¿podemos hablar por ellos?, ¿cómo sienten y viven quienes viven y sobreviven en las afueras el discurso sobre sus vidas?

Hablar desde lo colectivo es reducir la singularidad al deshecho de los consensos. Y en ese sentido dejamos a las de las afueras de las afueras más afuera todavía. Expulsamos a las expulsadas por integrar a quien más cerca tenemos.

¿Conviene superar etiquetas que estereotipan al migrante y proponer miradas en positivo?, ¿Somos las personas espacios de posibles?, ¿Merece cambiar el punto focal y pensar en futuro?

Lo dijo Galeano hace décadas y es que el derecho a soñar es negado sistemáticamente a todo el que queda fuera de las fronteras del opresor. Ser oprimido u oprimida significa serlo también en cuanto a tu legitimidad a soñarte en algo más. Y quizá por eso, inevitablemente, todos los que somos parte y nos aprovechamos del sistema que oprime a otros, tendemos a incentivar el estereotipo y asignar etiquetas dualistas que empobrecen nuestra percepción del mundo: inmigrante pobre, emigrante emprendedor; hombre poderoso, mujer sumisa…

¿De qué manera podemos superar el terreno de la culpa, la miseria, el miedo y la pena y aproximarnos al migrante en términos de futuro? Si las personas somos proyecto vital desde que nacemos, si incentivamos el proyecto en la juventud y en la edad adulta, en las decisiones cotidianas ante el cambio de una casa, ante un cambio de vida… ¿no es el migrante alguien que está en pleno desarrollo de sus anhelos? Las personas son quienes son pero también quién querrían ser y en quienes se convertirán.